miércoles, 28 de marzo de 2007

Falsas creencias sobre el amor de una antropóloga

- ¡te quiero! -
- no te creo nada, los antropólogos sólo piensan y creen en relaciones de parentesco y relaciones sociales -
- ¡mierda, ya te he dicho que no!, si sigues voy a terminar creyendolo -

martes, 20 de marzo de 2007

Gran desatino


Leif, mi profesor con el que llevo el proyecto de investigación para mi tesis se va a Perú en unos días pues le corresponde su año sabático. Ayer mis amigos y yo nos reunimos en el Centro Catalán para despedirlo. Después de viajar durante 30 minutos en la línea azul del metro para llegar a mi destino (el metro Bellas Artes), acompañada por los aproximadamente 24 grados centígrados que hubo y habiendo ayunado desde una noche anterior para alimentarme cavernícolamente, llegué al restaurante. Entré y comencé a subir los dos pisos que tenía que recorrer, el calor y la sed me sofocaron. Gracias a la casi completa puntualidad de mis amigos en cuanto estuvimos reunidos la mayoría, decidimos ordenar una jarra de delicioso y fresco clericot que en cuando bebimos eliminó la sed y nos transportó al loco mundo de la ebriedad ya que ninguno había consumido alimentos y así poder desquitar los centavos que íbamos a gastar.

Nos dieron una mesa cerca del baño de mujeres y la cocina, pues el lugar estaba saturado. Posteriormente la mesera nos entregó el menú. ¡Oh, delicioso y abundante menú!, compuesto por: entrada, sopa aguada, paella o fideos secos, pescado, plato principal (carne), postre y café. Todo individual y por la moderada cantidad de $165. Había que entrarle de lleno y sin limitaciones. Yvar ya nos había advertido que este lugar es conocido por él como "el tragadero".

Yo personalmente decidí comer todo con excepción del plato principal, pues la paella en cuanto entró a mi estómago se expandió y lo saturó casi por completo.

Gran desatino. Después de reunirme con mis amigos para alimentarnos yo había hecho un compromiso individual, me encontraría con el chico con el que actualmente salgo para beber una copa, ir al cine y al final pasar la noche juntos en su departamento. ¡Casi fatal!, mi estómago estaba inflamado, mi mente recordaba con ansia todavía el clericot de la comida y las ganas por llegar al baño de mi casa eran totales, ¡necesitaba urgentemente un baño de confianza! y evidentemente ese no era el de mi actual relación de "amor". Después de efectuar las actividades que habíamos acordado con antelación llegó la hora de dormir y yo todavía no iba al baño.
¡Pobre!, creo que no fui la mejor compañía de sueños, ha de haber sufrido mucho, la ventaja es que como él es muy diplomático a la mañana siguiente no hizo mención alguna de lo que seguramente ocurrió en la madrugada, sólo despertó con una cara de complicidad alentadora la cual relacioné con los hechos.

sábado, 17 de marzo de 2007

El piropeador

Se que tal vez para muchas mujeres no es un placer lo que voy a contar a continuación pero para mi es algo que me intriga y en la mayoría de la las ocasiones me causa gracia.

Como ya he dicho anteriormente, acostumbro a viajar en transporte público porque no tengo auto, pero también disfruto mucho caminar. Camino sin prestar mucha atención a las distancias.

Por lo menos cada tercer día me pasa (y no por presumir, ja), que algún sujeto mientras voy pasando a su lado suelta alguna frase que podría ser considerada como "piropo": -scht, scht, ¡flaquita!-, -¡adiós, preciosa!- por ejemplo. Antes y por falta de práctica ante semejante situación, acostumbraba a voltear a ver al sujeto que había pronunciado "tan sentimentales palabras", aprendí que los fulanos que caen en esas conductas inmediatamente voltean la cara cuando se sienten observados por sus víctimas, cuando la mirada del venerado (a) busca la mirada del piropeador. En aquellos tiempos me preguntaba si acaso esos "hombres tan galantes" esperaban que yo les respondiera suplicando amor y ¿qué pasaría en todo caso si lo hiciera?, evidentemente no buscando entablar una relación con él, sino como mero fin de reconocimiento de la conducta.


El viernes al llegar a la ENAH me encontré con algunos amigos que me sonsacaron para ir a beber unos pulques a la famosa Nomás no llores en Xochimilco. Mientras caminabamos por la calle una amiga y yo contamos nueve sujetos que pasaban a nuestro lado recitandonos "bellas y coquetas frases ligadoras". Fue entonces cuando en complicidad con los otros amigos con los que íbamos decidimos hacer un experimento:


I. Carla y yo caminaríamos en forma común por los barrios de Xochimilco, mientras los chicos aproximadamente a seis metros de distancia protegerían nuestra aventura (en dado caso de que fuera necesario).


II. En cuanto un "caballero" nos dijera un "enunciado encantador", nosotras voltearíamos a sonreirle y posteriormente pronunciaríamos frases recíprocas hacia él.


Lamentablemente cuando ya teníamos el plan perfectamente trazado nuestro éxito con los hombres terminó. Muchos pasaron a nuestro lado sin decir nada, sin mirarnos. Nosotras nos entristecimos, mientras nuestros compañeros de aventura a carcajadas se burlaban.


viernes, 16 de marzo de 2007


Muy a menudo cuando viajo en transporte público, sobre todo cuando tengo que recorrer largas distancias mi mente transita por diferentes pensamientos. Me gusta observar a la gente, sus actitudes y sus movimientos, intentar sostener su mirada en la mía, para de esa forma imaginar la actividad a la que se dedican. Si tienen papeles en la mano o un libro intento leer parte de lo que dicen y así investigar sobre la vida de un desconocido que tal vez jamás vuelva a ver, o si lo hago, no lo recuerde.

Hay ocasiones en las que logro identificar algunos rostros desconocidos y de antaño, inclusive hay personas a las que constantemente me encuentro y no sólo en la ruta que recorro diario y a la misma hora sino en otros lugares como el cine, Coyoacán entre semana, algún bar en la Condesa o en mis largas caminatas por el Centro Histórico.

Ayer, fui a tomar un café con Fernanda y Lolín a una cafetería a la que nunca había ido antes. Cuando entré mis ojos recorrieron el espacio esperando encontrar a mis amigas, pero en su lugar encontré un rostro conocido sin nombre, un fulano al que constantemente veo en otros lugares a los que si asisto, un perfecto desconocido que por la práctica de verlo habitualmente ha tomado nombre, profesión y conducta en mi imaginario.

lunes, 5 de marzo de 2007

Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj



Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo, con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -- no lo saben, lo terrible es que no lo saben--, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia a comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

Julio Cortázar, Historias de cronopios y de famas, 1962.


Ayer domingo pasé un día medianamente malo, hasta las 2:00 a.m. aproximadamente. Estando acostada en mi cama leyendo un texto sobre la modernidad, en el cual no estaba poniendo casi atención, sentí en el estómago y en la boca el antojo por algo dulce. Decidí bajar a la cocina y abrir el refrigerador para ver qué me encontraba. ¡Oh sorpresa!, un delicioso flan de vainilla me sedujo de inmediato. Subí con el hacia mi cuarto, pero antes de abrirlo eché un vistazo en mi librero, tal vez también encontraría ahí algo que me hiciera olvidar las ilusiones y falsas esperanzas de la modernidad. En el tercer peldaño, de arriba hacia abajo, los libros de Cortázar, inmediatamente tomé Historias de cronopios y de famas. Regresé a mi cama con el flan y la cuchara en la mano izquierda y con el libro en la derecha, me arropé y lo abrí aleatoriamente, esperando encontrar alguno de los apartado del Manual de instrucciones. Comencé a leer las Instrucciones para subir una escalera y terminé releyendo todo hasta Las líneas de la mano. Como había tenido un mal día, en el instante en el que comencé a leer mi mente se despejó, olvidé las razones por las cuales había hecho berrinche y me concentré completamente en lo que leía. La risa en un primer momento, dando paso a las carcajadas y al final para culminar las lágrimas, esas que también salen cuando una persona está demasiado contenta. Que tranquilidad, mi día terminó de forma opuesta a como comenzó, lo único que me parece es que a Cortázar le falto escribir las Instrucciones para reir.