lunes, 5 de marzo de 2007

Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj



Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo, con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -- no lo saben, lo terrible es que no lo saben--, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia a comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

Julio Cortázar, Historias de cronopios y de famas, 1962.


Ayer domingo pasé un día medianamente malo, hasta las 2:00 a.m. aproximadamente. Estando acostada en mi cama leyendo un texto sobre la modernidad, en el cual no estaba poniendo casi atención, sentí en el estómago y en la boca el antojo por algo dulce. Decidí bajar a la cocina y abrir el refrigerador para ver qué me encontraba. ¡Oh sorpresa!, un delicioso flan de vainilla me sedujo de inmediato. Subí con el hacia mi cuarto, pero antes de abrirlo eché un vistazo en mi librero, tal vez también encontraría ahí algo que me hiciera olvidar las ilusiones y falsas esperanzas de la modernidad. En el tercer peldaño, de arriba hacia abajo, los libros de Cortázar, inmediatamente tomé Historias de cronopios y de famas. Regresé a mi cama con el flan y la cuchara en la mano izquierda y con el libro en la derecha, me arropé y lo abrí aleatoriamente, esperando encontrar alguno de los apartado del Manual de instrucciones. Comencé a leer las Instrucciones para subir una escalera y terminé releyendo todo hasta Las líneas de la mano. Como había tenido un mal día, en el instante en el que comencé a leer mi mente se despejó, olvidé las razones por las cuales había hecho berrinche y me concentré completamente en lo que leía. La risa en un primer momento, dando paso a las carcajadas y al final para culminar las lágrimas, esas que también salen cuando una persona está demasiado contenta. Que tranquilidad, mi día terminó de forma opuesta a como comenzó, lo único que me parece es que a Cortázar le falto escribir las Instrucciones para reir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Puede ser, que por alguna razón nadie (y esto los involucra a todos), le regaló nunca un reloj...

vic.