viernes, 16 de marzo de 2007


Muy a menudo cuando viajo en transporte público, sobre todo cuando tengo que recorrer largas distancias mi mente transita por diferentes pensamientos. Me gusta observar a la gente, sus actitudes y sus movimientos, intentar sostener su mirada en la mía, para de esa forma imaginar la actividad a la que se dedican. Si tienen papeles en la mano o un libro intento leer parte de lo que dicen y así investigar sobre la vida de un desconocido que tal vez jamás vuelva a ver, o si lo hago, no lo recuerde.

Hay ocasiones en las que logro identificar algunos rostros desconocidos y de antaño, inclusive hay personas a las que constantemente me encuentro y no sólo en la ruta que recorro diario y a la misma hora sino en otros lugares como el cine, Coyoacán entre semana, algún bar en la Condesa o en mis largas caminatas por el Centro Histórico.

Ayer, fui a tomar un café con Fernanda y Lolín a una cafetería a la que nunca había ido antes. Cuando entré mis ojos recorrieron el espacio esperando encontrar a mis amigas, pero en su lugar encontré un rostro conocido sin nombre, un fulano al que constantemente veo en otros lugares a los que si asisto, un perfecto desconocido que por la práctica de verlo habitualmente ha tomado nombre, profesión y conducta en mi imaginario.

2 comentarios:

A.V. dijo...

Yo detesto a la gente que observa mis lecturas.

Las historias que inventas son sólo de ellos? o también los incluyes en historias contigo?

AntropoTats Tovarich dijo...

ja, depende. Cuando era niña había un niño al que siempre me encontraba en todos lados, al final y por casualidad mi padre terminó llevandole un caso abogangsteril. La situación es que, de tanto verlo y encontrarlo hasta en mis vacaciones terminó gustandome. Ahí si me inventaba una historia con él.