martes, 15 de abril de 2008

Noche de lucha en La México




El espacio plagado de aromas a garnachas me recuerda un poco el antojo que tengo de comer un sope y beber una Lulú roja, ese refresco que acostumbraban tomar mis papás cuando eran niños.


Tal vez, y no lo sé de cierto aún, pero recuerdo que en alguna ocasión mi mamá me platicó acerca de las noches de viernes, en las que se juntaba con mis tíos a intentar ver por la televisión la lucha libre, que se transmitía por canal 4 ó 9, y digo intento porque sé que mis abuelos en cuanto veían que sus hijos observaban los combates, inmediatamente se acercaban a apagar la televisión o a cambiar el canal, sin embargo también sé, que estas encrucijadas por apagar el televisor no tenían fin, porque en cuanto dieran la vuelta los abuelos para continuar con sus actividades, los niños a escondidas volvían a prender ese aparato mágico que los transportaba inmediatamente a otras dimensiones y mundos irreales, alejados de la rutina diaria de la escuela, la iglesia dominical y las labores hogareñas. La razón por la cual mis abuelos no dejaban a mi mamá y a mis tíos ver las luchas se debía a la creencia de que este tipo de oficios no podían dar más que un mal ejemplo, en el cual se observaba la brutalidad de la esencia humana.


Ya no importa ahora eso, estos recuerdos han quedado atrás, mi necesidad de tener en la boca estos alimentos me hace olvidar a mi familia y recordar que en este momento me encuentro haciendo eso prohibido, aquello que seguramente mis tíos desearon con ahínco algún día en su infancia poder vivir.


¡No, me niego rotundamente a dejar a un lado los recuerdos!, otra vez el sabor de la Lulú roja me lleva a mi familia y a mi infancia. Cuando tenía aproximadamente 7 años los sábados o domingos por las tardes me sentaba en el cuarto de mis papás a ver la lucha libre, la que más me gustaba era de enanos (sin hacer referencia a los estudiantes de la ENAH), en los comerciales corría a cambiar mi ropa por un leotardo rojo herencia de una prima, también me ponía una peluca rubia, que en realidad era la cabellera de una muñeca Barbie gigante, creía que esta indumentaria me haría sentir más ad hoc con lo que estaba observando, mi papá se sentaba a ver este show conmigo, él también cambiaba su ropa a un short de tela de toalla rojo y una camiseta blanca, subíamos el volumen de la tele y fingíamos ser luchadores, él “técnico” y yo “ruda”, peleábamos sobre la cama intentando según nosotros imitar las maromas y las técnicas luchísticas, casi siempre se dejaba caer a la alfombra y yo orgullosa culminaba la actuación gritando: -mascarita sagrada ha ganado nuevamente-.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ja ja ja ja, Ahora entiendo las burlas de mis *payasitos*, ja ja ja ja

Ya me imagino a tu papa ja ja ja

siguete burlando ja ja ja ja

AntropoTats Tovarich dijo...

jajajajajaja Y. se que eres tu, pues si, esa es la verdad, ya te enteraste de ella, de cualquier forma te sigo imaginando así vestido y me da mucha risa.

Te mando un beso.