lunes, 8 de enero de 2007



Cusarare, Chihuahua. Diciembre de 2006.
Ayer finalizaron las vacaciones de invierno. La ENAH nos da aproximadamente tres meses de descanso en esta temporada, sólo que lo mejor para un antropólogo es utilizar ese tiempo para completar los días de práctica de campo a los que nos obligan curricularmente.

Es interesante escuchar a los amigos y compañeros hablar acerca de sus proyectos de investigación y los lugares en los que lo realizarán y así ocurre cada vez que dará inicio una temporada vacacional, los profesores y directores de PIF solicitan a sus alumnos un resúmen del proyecto que dará fin a los cuatro años de carrera. Muy a menudo, cuando comienzan las vacaciones la escuela se llena de back packs y bolsas de dormir (así es como viaja al principio y constantemente al final un antropólogo)y es cuando sabemos que esa temporada llena de magia y aventuras se acerca. La fila para cobrar los pocos viáticos de investigación que nos otorga el INAH es casi interminable, una cantidad irrisoria, $20 diarios durante un mes, que hacen un total de $600, cantidad que por lo general no nos alcanza ni para el pasaje en autobús, pero bueno, por lo menos todavía hasta el semestre anterior nos daban esa cantidad, cosa que no se si ocurrirá al terminar este semestre ya que el presupuesto que se le otorga al CONACULTA ha disminuído.

Yo en lo particular he decidido desde hace un año trabajar mi investigación en el Estado de México, en una comunidad otomí que por el momento no me demuestra más que una gran pérdida de su identidad. Posteriormente fui a Chihuahua, estuve con mis compañeros de PIF grabando un documental sobre la fiesta de la Virgen de Guadalupe entre los indígenas raramuri del Ejido de Cusarare.

Honestamente me causa una gran melancolía sentir el final de un viaje, darme cuenta de que aunque haya planeado mis preguntas con anticipación al último siempre se olvida realizar alguna y por el momento ya es demasiado tarde para volver.

Hoy volví a la siempre combativa Escuela Nacional de Antropología e Historia y el gusto que sentí al pisar su suelo sólo se puede comparar al placer que experimento cada vez que salgo de práctica de campo. Veamos ahora que le depara al futuro de mi antropología.